IZQUIERDA NACIONAL
Periódico Digital del Partido de la Izquierda Nacional de la Argentina
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Se actualiza todos los meses Marzo de 1998 Director: Jorge Enea Spilimbergo


POPULISMO, PALABRA MALDITA PARA LA CULTURA DEMOCRATICA DEL CENTROIZQUIERDA

Escribe Osvaldo Calello
El diputado Carlos Alvarez está preocupado por la representatividad del sistema político. Poco después del 26 de octubre formuló declaraciones en ese sentido, aludiendo al alto porcentaje de abstencionismo: más de 5 millones de empadronados no fueron a votar. El popular "Chacho" exclamó: "se van de la democracia, y se corre el riesgo de que se vayan a cualquier tipo de populismo. Van a buscar un líder duro como en San Miguel".
No es un secreto para nadie que el término "populismo" espanta la delicada cultura política del mundo "progresista". Populismo es una palabra maldita que evoca términos tales como "demagogia", "irracionalidad", "autoritarismo", "personalismo", etc., en definitiva todo aquello que escapa al concepto de racionalidad encuadrado en los parámetros del paradigma demoliberal de la vieja y de la nueva política tradicional.
 Resulta curiosa, pero a la vez reveladora, la caracterización de Menem como "el último caudillo plebeyo que hemos tenido en la Argentina", formulada recientemente por Fernández Meijide ante un intrigado auditórium de alumnos y profesores de la Universidad de Columbia, en Estados Unidos. Para esta notable senadora, "caudillo plebeyo" es una suerte de categoría que engloba todo lo repudiable de la "política criolla".
LA ARTICULACIÓN POPULAR DEMOCRÁTICA
Es fácil advertir que la preocupación de Alvarez y la definición de Fernández Meijide aluden a un fenómeno común, irreductible a una práctica democrática "racional". Más allá de los lugares comunes que envuelven al término populismo, y por extensión a la alusión al caudillismo plebeyo, subiste, aunque no resulte explícito, el temor a que las demandas, los valores y los símbolos de origen popular alcancen una determinada articulación por fuera de la institucionalidad vigente.
Ernesto Laclau, en un trabajo de la década del ´70, consideró que se puede hablar de populismo cuando esta conjunción de contenidos y valores populares se organizan en línea antagónica con el orden establecido por el bloque de las clases dirigentes. Teniendo en cuenta que esos contenidos y valores son constitutivos de determinado sujeto, los denominó interpelación popular-democráticas. Estas interpelaciones, expresión de las tradiciones populares, tienen origen en el enfrentamiento secular que coloca frente a frente al pueblo y al bloque de poder, de ahí el carácter perdurable de esas tradiciones.
Si embargo, esos contenidos y símbolos no alcanzan una articulación propia. No existe un discurso popular-democrático como tal: sus componentes ideológicos se vinculan a la ideología dominante o a la ideología de la clase portadora de un nuevo principio hegemónico. Según esta interpretación, la presencia de un momento populista no depende de la naturaleza social de determinado movimiento. Más bien tiene origen en una particular inserción de una contradicción de carácter popular-democrático en una contradicción de clase.
Ahora bien, normalmente la burguesía ha logrado reducir el antagonismo que encierran las reivindicaciones populares, democráticas, nacionalistas, trasformándolas en diferencias absorbibles por el régimen. Es lo que ocurrió a lo largo de casi una década y media con el radicalismo en el gobierno, tras la apertura electoral del orden oligárquico en 1912. Por el contrario, la clase obrera logra establecer una posición hegemónica cuando desarrolla hasta sus últimas consecuencias el antagonismo contenido en las demandas populares.
En esta segunda posibilidad el socialismo emerge como una radicalización del populismo. Es decir, como la consecuencia de la articulación de los valores y símbolos popular-democráticos a un discurso de clase. Pero también el populismo puede desarrollarse en otra dirección, como parte de un proceso de reestructuración interna del bloque dominante, impulsado por una de sus fracciones, interesada en desplazar el centro de gravedad del poder.
Se ubique en el campo de la burguesía o en el de la clase trabajadora el eje de desenvolvimiento populista, su emergencia depende de condiciones históricas bien precisas: una crisis política en el bloque de clases dominantes a raíz de la confrontación abierta de una fracción ascendente por ocupar posiciones, combinada con una crisis ideológica, originada en la imposibilidad de seguir absorbiendo y neutralizando las demandas populares.
Chacho Alvarez asocia el nombre de Aldo Rico al concepto de populismo, pero en realidad en el imaginario progresista, el verdadero peligro populista se llama peronismo. Más precisamente un momento histórico preciso, caracterizado por la presencia de las masas sobrepasando la institucionalidad existente; por la relación entre la jefatura nacionalista y el movimiento popular al margen de la formalización democrático-institucional; por la tensión presente entre la naturaleza socialmente democrática del peronismo y el carácter de semidictadura popular de los dos primeros gobiernos de Perón, etc.
PERONISMO Y POPULISMO
De acuerdo con las consideraciones anteriores, ¿el peronismo configuró una de las formas posibles de populismo?
El peronismo se conformó en circunstancias históricas especiales: 1) fraccionamiento en el frente de las clases dirigentes por la divergencia de intereses entre la antigua alianza oligárquica-imperialista y las fracciones de nuevo capitalismo nativo: estaba en juego el patrón de acumulación de capital; 2) crisis de hegemonía de la democracia oligárquica establecida durante la década infame, como consecuencia de la ruptura del vínculo existente entre liberalismo y democracia: el régimen no podía seguir asimilando las reivindicaciones populares que eran expresión del antagonismo con el bloque gobernante; 3) fusión de los elementos ideológicos específicos de la nueva clase obrera surgida del desarrollo industrial, y las tradiciones democráticas y nacionalistas de las grandes masas: se crean las condiciones para la organización de un frente nacional de amplia base social.
Bajo estas circunstancias, una jefatura surgida del ala nacionalista del Ejército, con control sobre una parte del aparato estatal y apoyo en los sindicatos unificó el campo popular en torno a un proyecto de capitalismo autónomo. Perón organizó a su movimiento sobre un frente de clases y lo homogeneizó articulando los diversos elementos ideológicos expresivos de las contradicciones acumuladas -nacionalismo, industrialismo, justicia social, derechos sindicales, antiimperialismo, etc.- en torno a un eje antiliberal.
Al establecer el antiliberalismo como principio articulador, dio curso al antagonismo que las fuerzas populares habían mantenido a lo largo de diversas fases históricas respecto al sistema de clases gobernantes, cuyo eje ideológico era el liberalismo oligárquico. De esta forma el peronismo logró afirmarse en una posición hegemónica articulando en un discurso de confrontación los símbolos y contenidos ideológicos de origen que de ningún modo podía organizar el discurso dominante, tras una década de fraudes electorales.
Sin embargo, el programa histórico del ´45 tenía por límite un orden de tareas encaminado a la construcción de un capitalismo de corte nacional. Perón no se proponía eliminar socialmente a las viejas clases dirigentes del sistema semicolonial, sino quebrar su influencia, abriendo paso al mismo tiempo a la mediana burguesía industrial y a la clase trabajadora, portadoras a su vez de un proyecto de desenvolvimiento con centro de gravedad en el mercado interno.
La solución que correspondió a este tipo de equilibrio fue una construcción de tipo bonapartista, según la cual el antagonismo con el bloque oligárquico-imperialista se desarrollaba hasta cierto punto, mientras el Estado alcanzaba un mayor grado de autonomía y establecía una mediación entre las distintas fracciones en pugna. En medio de este juego de tensiones, Perón se apoyaba en las masas trabajadoras para resistir las presiones originadas en los círculos de la oligarquía terrateniente, la burguesía comercial y financiera y la diplomacia imperialista y, al mismo tiempo, limitaba la posibilidad de que el enfrentamiento radicalizara más allá de cierto límite las posiciones de la clase trabajadora.
En este sentido las significaciones que movilizaban a las masas y hacían avanzar el conflicto por el curso más profundo -antiimperialismo y antiliberalismo- eran vinculadas a otras significaciones destinadas a neutralizar cualquier desplazamiento hacia un campo de lucha de clases radicalmente diferente: nacionalismo de corte clerical, reformismo sindical opuesta a una práctica política independiente, componentes antisocialistas y anticomunistas, justificados en la traición de los llamados "partidos obreros", etc.
De esta forma los contenidos popular democráticos, nacionalistas, antiimperialistas, obreristas, se insertaban en un discurso de contenido nacional burgués que los hegemonizaba, y al mismo tiempo bloqueaba la posibilidad que desde el movimiento obrero -el componente social decisivo del peronismo- se instalara un eje articulador alternativo.
El peronismo logró conservar la unidad de este conjunto heterogéneo, aún después de la derrota del ´55. Este es un dato ciertamente significativo. En realidad el momento populista se mantuvo mientras el movimiento organizó su discurso ideológico en torno al eje antiliberal. La quiebra de ese eje, de manera definitiva a comienzo de los ´80, significó la mayor victoria ideológica de las viejas clases dirigentes y abrió el camino para la transformación del justicialismo en un partido tradicional.
SOCIALISMO Y POPULISMO
¿Encierra el riquismo la posibilidad de una derivación populista?
La expansión inicial del riquismo, por cierto considerable, fue producto de una determinada amalgama de símbolos y valores que identificaban a las capas sociales más explotadas por la reconversión capitalista llevada adelante por el menemismo. Rico enarboló las banderas que había abandonado el justicialismo y concitó la adhesión de una importante base popular, especialmente en los sectores marginalizados, al mismo tiempo que el repudio de las fuerzas institucionalizadas, desde la izquierda a la derecha.
Sin embargo, la emergencia del riquismo no se produjo a consecuencia de una crisis en el bloque de pode, ni de una pérdida de influencia de la ideología dominante sobre el conjunto de las clases estructuradas. En realidad, desde mediados de la década del ´70, la unidad de las clases dirigentes era más sólida que nunca y en 1993 el menemismo y la oposición complaciente estaban, cada cual a su modo, empeñados en la consolidación del actual modelo. Recién a fines de ese año estalló en Santiago del Estero una violenta acción de masas que horrorizó a Fernández Meijide, ardiente devota del culto a una institucionalidad vaciada de contenido democrático.
La ulterior degeneración del riquismo y su decadencia hasta transformarse en un apéndice del duhaldismo, tiene en buena medida que ver con el hecho de que no existían condiciones para el desenvolvimiento de un populismo alentado desde "arriba", por una fracción de las clases dominantes. Por otra parte, la radicalización de las consignas nacionalistas y populares era imposible por la gravitación de componentes reaccionarios (residuos de la ideología del "proceso") destinados a neutralizar la posibilidad de desplazamiento a izquierda, y también por la estructura verticalizada y el mando autocrático que Rico impuso a su movimiento. Sin embargo la perspectiva de la radicalización populista subsiste, y esta es la posibilidad que ciertamente debiera preocupar al diputado Alvarez.
La democracia colonizada, de la que la conjunción de fuerzas "progresistas" es su más fiel sostén, tiende a excluir de los mecanismos de institucionalización a una parte creciente de la sociedad, como los evidencia el alto porcentaje de ausentismo electoral, correlativo con los elevados índices de exclusión social. Existen en consecuencia, en proceso de maduración, condiciones para una crisis de representatividad, y por consiguiente surge la alternativa de que los antagonismos de origen popular no puedan ser reducidos a simples diferencias asimilables por el régimen.
En todo caso, el hecho de que no se presente una perspectiva de desenvolvimiento populista a partir de un conflicto entre fracciones de la burguesía, no quiere decir que los componentes popular -democráticos no puedan ser articulados a un discurso de contenido socialista, formulada desde la clase trabajadora. En definitiva, la posibilidad de que el movimiento obrero supere sus actuales niveles políticos, programáticos y organizativos, depende de su capacidad de jugar un papel hegemonizante con relación al conjunto del campo popular. Hegemonía no significa la imposición de una posición clasista, sino la articulación a un discurso de clase de las interpelaciones no clasistas que identifican a un vasto conjunto social en distintos grados de antagonismo con el poder.





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